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2 de Julio de 2008

Pocas cosas externas, “banales”, tienen la capacidad de condicionar tanto la vida de la gente como el fútbol; hace 7 años había pasado una de las semanas más difíciles que puede tener un hincha, aquella previa a un gran partido, esos 8 días desde que terminó la final de ida hasta cuando Héctor Baldassi dio inicio a la final definitiva fue lo más parecido a un calvario futbolístico que he tenido que vivir.

Por esa época todos sabíamos a lo que jugaba Liga, y quienes lo hacían, Cevallos en el arco siendo tan importante en las tandas de penales como lo fue en cada partido de visitante que nos tocó enfrentar, quemando tiempo, y tapando varias pelotas que parecía que iban a dentro; una línea de tres defensas con Campos y Araujo como fijos y Calle o Calderón que se turnaron, el Beto comandando la línea y marcando a varios de los mejores delanteros del continente, sabíamos también que de visitante jugábamos con línea de 4 pues Ambrosi se ubicaba como un lateral a la vieja usanza.

En el mediocampo jugaban Urrutia y Vera como mediocentros, siempre con esa característica de que si uno se iba al ataque el otro se quedaba haciendo relevos, pocos recuerdan lo importantes que fueron los dos en el partido definitivo, cuando en el segundo tiempo perdíamos 3 a 1 y en pleno Maracaná ante casi cien mil personas los dos se hicieron cargo de la pelota y nos permitieron respirar un poco, nos hicieron volver a creer que se podía, cuando todo estaba muy complicado.

Conocíamos a Guerrón y Bolaños, quienes ocupaban un ala de la cancha cada uno y sabíamos que de visitantes nos garantizaban un constante peligro para el arco rival, entre los dos abrieron el marcador esa noche Carioca, sabíamos que el eje era Manso, el distinto, aquel que ponía la pausa entre tanto vértigo y suponíamos que en la final nos iba a permitir no sufrir tanto sin la pelota, ocurrió a medias, se sufrió bastante, pero su pase/pelotazo a Guerrón previo al primer gol fue tan importante como la corrida posterior de Dinamita.

Además sabíamos que de centro delantero no teníamos un ariete infalible, pero estábamos seguros que como en toda la Copa iba a ser el encargado de arrancar con el pressing y provocar errores de los centrales rivales, Claudio Bieler, hizo tres goles en la Copa, uno más importante que el otro, pero lo más valioso fue todo lo que corrió en esos meses.

Confiábamos en Edgardo Bauza, un tipo al que este artículo se le queda corto, un entrenador que supo jugar el torneo más importante de la historia del club con la honestidad y seriedad que se requería, un tipo que nos ratificó que los procesos ganan títulos y que muchas veces las “exigencias” de la grada están muy equivocadas.

Pero lo que en esa semana previa no sabíamos era si nuestro equipo iba a poder salir airoso de su partido contra la historia del fútbol ecuatoriano, contra nuestras limitaciones y esa constante percepción de que en cualquier momento todo se va a derrumbar y vamos a volver al lugar que la historia nos preparó, porque no creíamos que el fútbol nos iba a permitir darnos el gusto que el equipo que amamos toda la vida gane la copa que admiramos desde pequeños, además justo coincidió que nos tocaba jugar ESE partido en uno de los estadios más legendarios del mundo.

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Llegaron los penales, ese recuerdo borroso que se desfigura gracias a la angustia que sentíamos mientras los tiraban, sabíamos que Pancho era un ganador en esas lides, teníamos aún dulce el recuerdo de la definición de cuartos de final ante San Lorenzo, pero todavía seguíamos sin creer que estábamos tan cerca, a un par de momentos heroicos de tener una historia que contar hasta el día que nos vayamos de este mundo.

Y se pudo, ocurrió, el 2 de julio de 2008 Liga Deportiva Universitaria terminó esa semana de angustia y ganó la Copa Libertadores de América en el Estadio Maracaná, el fútbol nos regaló a todos los liguistas el momento más hermoso que una pelota le puede dar a un hincha, quizás por eso somos tan pesados repitiendo tantas veces esta historia, ¿cómo no serlo?

Cada liguista recuerda exactamente lo que sintió el momento en que Cevallos tapó ese último penal, ¿Qué sentí? Lo que hasta hoy, gratitud, a todo ese plantel, porque en el fondo seguimos sin creer lo que lograron, lo que nos regalaron para toda la vida.